El Papa Francisco lo dejó por escrito: quería un entierro austero, un sepulcro sin adornos y con una única palabra grabada: "Franciscus". También pidió que sus restos reposen en la Basílica Papal de Santa María la Mayor. Pero hay algo que no detalló en su testamento: quién pagará los gastos de esa despedida final.
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No será la Iglesia Católica, como cabría esperar en un acto de esta magnitud. Y ahí entra en escena uno de los elementos más llamativos del legado del Papa: el funeral será costeado por un benefactor anónimo cuya identidad sigue sin revelarse.
Un acuerdo sellado en vida
Según consta en su testamento, el dinero necesario para cubrir los costes será transferido directamente a la basílica, y el encargado de gestionar este proceso será el arzobispo Rolandas Makrickas, comisario extraordinario del Capítulo de Liberia. En el documento, el pontífice dejó instrucciones precisas para que la donación se utilice exclusivamente para su sepultura.
La suma fue dispuesta en 2022, lo que indica que este acuerdo se cerró en vida del Papa. El benefactor, según apuntan fuentes próximas, habría querido mantenerse en el anonimato desde el primer momento.
Incluso se especula que ni siquiera el propio Vaticano conocería su identidad, ya que el dinero no pasará por sus cuentas, sino que irá directamente a la basílica encargada del sepelio.
Este gesto añade una capa más al simbolismo y todo lo aue rodea al adiós de Francisco. Fiel a su estilo discreto y alejado de fastos, el Papa quiso que su último acto público reflejara la humildad que predicó durante todo su pontificado. Pero también deja tras de sí un misterio sin resolver, que despierta preguntas en torno al papel del dinero y la figura del benefactor silencioso.
Mientras el mundo sigue el ritual del cónclave y espera conocer al nuevo Papa, el funeral de Francisco se presenta como un reflejo exacto de su visión: sobria, íntima y marcada por un gesto enigmático que, por ahora, nadie puede atribuir con certeza.
