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"Avísame cuando llegues, no me gusta que vuelvas sola a casa"

Ese temor a encontrarte a alguien y que te haga daño, ese sentirte indefensa ante cualquier circunstancia.

"Avísame cuando llegues; ya sabes que no me gusta que te vuelvas sola a casa", me dijo Celeste cuando nos despedimos con un beso, en la puerta de su casa. Vivimos a apenas un kilómetro de distancia, pero puedo notar que la preocupación que desborda su voz es tan real como la sonrisa que ilumina su rostro cuando alguien le habla de su videojuego favorito. Yo le sonreí, y le quité importancia a su temor con un gesto de la mano, tratando de esconder que el miedo que yo sentía era exactamente el mismo.

Aceleré el paso. En diez minutos estaría en la cama, con el pijama puesto. Había salido de fiesta con mis amigas; solo íbamos a tomar algo, pero una canción llevó a otra y al final acabamos recogiéndonos a las tres de la madrugada un viernes cualquiera. No era especialmente tarde, pero sí lo suficiente como para que Celeste se preocupara.

Llevaba el móvil firmemente sujeto en la mano izquierda, el bolso debajo del brazo y estaba preparándome para coger las llaves. La calle estaba completamente vacía, y no sabía si eso me preocupaba o me daba cierta tranquilidad. Por una parte, nadie me molestaría; pero, por otra, si alguien aparecía dispuesto a molestarme, nadie podría echarme una mano. La piel de mis brazos se erizó, y aceleré aún más el ritmo de mi caminata. Eché un ojo al reloj. Las tres y cinco. A y trece estaría en casa. Ya quedaba menos.

De repente, pude entrever una sombra a mi espalda. En plena noche, cuando llevan años diciéndote que eres la víctima perfecta, que debes cuidar tus espaldas porque sino cualquiera podría intentar aprovecharse de ti, que todos los hombres que veas de noche pueden ser potenciales violadores, cualquier sombra te parece una amenaza. Moví la cabeza, intentando sacarme esa idea de la mente, pero, instintivamente, busqué las llaves con más firmeza en el bolso y las guardé en el interior de mi puño derecho. Había leído en alguna ocasión que si golpeas de esta forma, el daño que haces es mayor. Me sentía más segura sabiendo que podría plantar cara. Justo en ese momento, oí un silbido. "Guapa, ¿a dónde vas tan sola?". No me hizo falta más para comprender que estaba en problemas.

Foto del corto 'Au bout de la rue'
"Foto del corto 'Au bout de la rue'"

Podría haberme vuelto, podría haber echado a correr, pero ninguna de las dos opciones me pareció adecuada. Preferí ignorarlo, hacer como que nada había sucedido, fingir que no lo había escuchado. Recé interiormente a todos los dioses que conocía para que el hombre se contentara con haberme asustado una primera vez, y no quisiera insistir. Pero ningún dios me contestó. "No irás a dormir sola, ¿no? ¡Yo soy buena compañía! Te calentaré esta noche, y no pasarás nada de frío. ¿Qué me dices? ¿Te vienes?". ¿En qué momento se le ocurre a un hombre que diciéndome eso va a ligar conmigo? No, lo que pretendía no era ligar. Lo que pretendía era incomodarme, amedrentarme, demostrarme que era el dueño de la situación. Y yo lo sabía, claro que lo sabía. Lo podía notar en cada célula de mi piel. Me sentía un cervatillo huyendo de una presa de dientes afilados.

No sabía qué hacer. ¿Correr? ¿Contestar? De repente, noté una mano en mi hombro, y una exclamación ahogada se escapó de mi garganta. Las llaves cayeron de mi mano, al igual que el móvil. Me di la vuelta rápidamente, y observé su rostro. "¿Qué, guapa? ¿A que quieres hacerme compañía esta noche? Yo lo sé, estás deseando, se te ve en la cara". ¿Qué debía haber contestado? ¿Él esperaba que le dijera que sí? Me acababa de asaltar en plena calle, invadiendo mi espacio personal, mi intimidad... Cumpliendo todos los temores que había visto reflejados en el rostro de mi amiga apenas unos minutos antes. Traté de guardar la compostura y recogí mi móvil y mis llaves con cuidado, mientras él me observaba.

"No, gracias. Me están esperando para dormir, saben perfectamente dónde estoy, y a qué hora debo llegar", murmuré, lo más segura que pude. Su sonrisa creció, sabiéndose dueño de la situación, sabiendo que estaba asustada. "Anda ya... ¿Quién te va a esperar a ti, con lo fea que eres? Solo yo. Te estoy haciendo un favor". No me esperaba esa respuesta, pero me dio exactamente igual. "Si tan fea soy, déjame en paz". Me di media vuelta, y eché a correr hacia mi casa. Mi corazón se desbocó cuando oí sus pasos tras de mí, y todo se entremezcló con la voz de Celeste pidiéndome que le avisara cuando llegara a casa. "Oh, por favor, por favor", recé interiormente. Seguí corriendo, cada vez más rápido, y no fue hasta que llegué a mi calle que me dí cuenta de que sus pasos ya no se escuchaban. Le había oído llamarme guarra, puta, le había oído gritarme que para qué iba servir yo aparte de para dejarme follar. Pero no había bajado el ritmo, porque sabía que de ello dependía mi vida. Y él, en algún momento de la corta pero intensa carrera, había parado.

Abrí la puerta, entré corriendo en el portal y cerré con fuerza. Subí por las escaleras, intenté no hacer ruido al entrar a casa pese a mis sollozos, y me encerré en mi dormitorio. Me quité la ropa, me puse el pijama y me metí apresuradamente en la cama. Eran las tres y dieciséis minutos de la madrugada, y yo le escribí un simple mensaje a Celeste: "Estoy en casa. Un beso, descansa".

Una realidad que todas hemos vivido alguna vez

Ir por la calle de noche no debería ser algo traumático para las mujeres
"Ir por la calle de noche no debería ser algo traumático para las mujeres"

Lo que acabáis de leer no es más que una historia inventada, pero que está basada en hechos reales. No solo en los míos, sino en los de cualquier mujer que salga a la calle, y no solo de noche, sino a cualquier hora del día. Todas hemos sido Celeste alguna vez, y también hemos sido la protagonista de la historia. El acoso callejero es una realidad, y, por desgracia, la protagonista del mismo no siempre consigue salir corriendo y llegar a su casa. No todos los acosadores se contentan con gritar y correr durante algunos minutos; otros agreden físicamente, violan, matan.

Es una realidad que, por desgracia, algunos tachan de exageración. Pero no, no exageramos. Tenemos miedo cuando volvemos a casa solas por las noches. Nuestros padres nos piden que no lo hagamos, que busquemos a alguien que nos acompañe y, si esto no es posible, que lleguemos pronto a casa. Pero nadie le pide a los hombres que no acosen por la calle, que no violen, que no vejen a las mujeres que se encuentren en medio de la noche. Que no amedranten, que no usen su fuerza o su físico para conseguir sexo por la fuerza.

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