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Política

El papel del ex presidente del Gobierno: así lo desempeñan los nuestros

Suárez, Calvo-Sotelo, González, Aznar, Zapatero y Rajoy, seis maneras de entender y ejercer la expresidencia.

El papel del ex presidente del Gobierno: así lo desempeñan los nuestros

Si alguna vez te has preguntado cómo ha de comportarse un expresidente para merecer el título de "buen expresidente" he de decirte que, simple y llanamente, has perdido el tiempo. El expresidente está siempre a caballo entre el respeto por el cargo que ostentó y la denigración por el mismo motivo. Sufren un mal irreversible, y es que sus silencios y sus palabras siempre servirán para remover las brasas de un fuego que nunca se apagó: la gestión. He aquí la verdadera cuestión que hace inmortal al político que tuvo el honor de dirigir su país, él o ella podrá dejar la política, alejarse de la vida pública e, incluso, esfumarse para cámaras y periodistas, pero jamás podrá borrar sus palabras y acciones del Diario de Sesiones y de las hemerotecas.

España, en su corto período democrático, ha tenido siete presidentes de Gobierno, de los cuales, solo uno ostenta el cargo en la actualidad, Pedro Sánchez; de los seis restantes, dos han fallecido, Adolfo Suárez y Calvo-Sotelo, mientras que cuatro ostentan el título de "ex" lo mejor que pueden y saben, son Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy.

Si en la imposible tarea de definir al buen expresidente tuviésemos que destacar una sola cualidad, esta sería la prudencia. Un buen ex -da igual de lo que lo sea, pero muy especialmente en política- ha de ser prudente, ya no por favorecer o perjudicar al que fuese su partido político, sino por respetar a las instituciones de las que él formó parte, muy especialmente al poder ejecutivo, que tuvo la tarea de dirigir y pudo vivir en primera persona las dificultas y la soledad -sí, soledad- aterradora que se sufre cuando se entra en La Moncloa. ¿Por qué digo soledad? Porque la política a cualquier escala, imaginémonos si ostentas la presidencia del gobierno, te rodea de muchos seres interesados pero te aleja de muchas relaciones queridas. Podría decirse que el ejercicio político y la afectividad real, sincera y desinteresada no caminan por el mismo sendero.

Seis expresidentes, seis personalidades

Leopoldo Calvo-Sotelo y Adolfo Suárez
"Leopoldo Calvo-Sotelo y Adolfo Suárez"

Adolfo Suárez pasó a la eternidad por su infatigable labor para instaurar la democracia a España, y su grave enfermedad, el Alzheimer, impidió que pudiese ejercer de ex en plenitud, por lo que su caso es excepcional en el sentido más amplio de la palabra. Leopoldo Calvo-Sotelo presidió España durante poco más de año y medio, y si bien su labor fue muy importante, éste no se prodigó como expresidente, incluso podría decirse que no ejerció como tal.

Distinto es el caso de Felipe González, el presidente español que más tiempo ha estado en el palacio de La Moncloa nunca ha huido de los medios de comunicación, haciendo declaraciones de toda índole, respetando unas veces la institución y otras atacando ferozmente al partido que lo fue todo para él. José María Aznar es el claro ejemplo del político que se retira pero nunca desaparece, su sombra, como la del ciprés es alargada; aunque se marchase de motu propio el expresidente gusta de sentar cátedra cuando habla, especialmente ahora que ha vuelto a ser escuchado dentro de las filas populares. Si tuviésemos que ponderar, a sabiendas de ser injustos, probablemente podríamos decir que González y Aznar son los dos expresidentes que peor llevan su cargo, algo que, por otro lado puede tener explicación.

José Luis Rodríguez Zapatero dijo aquella mítica frase "el mejor destino es el de supervisor de nubes acostado en una hamaca", pero solo cumplió, y a medias, lo primero, pues ahora surca las nubes con mucha frecuencia debido a su actividad internacional. El expresidente suele evitar hacer declaraciones en clave nacional, ya sea por lealtad a lo que fue o por ser consciente del recuerdo colectivo que tiene de él la sociedad. Mariano Rajoy lleva poco más de un año como expresidente, por lo que no ha tenido tiempo de decantar la balanza, si bien ha mostrado en numerosas ocasiones que su tiempo político ya pasó e intenta pasar de puntillas por temas que puedan afectar al ejecutivo o a su partido.

Estos cuatro expresidentes, tan diferentes entre ellos como singulares, tienen que lidiar constantemente contra el ego de haber obtenido abrumadoras mayorías, lo que se traduce en confianza y respaldo social y, al final, hace perder la noción de la realidad y da la extraña sensación de estar por encima del bien y del mal. Aún así, librando todos esa lucha, unos son más capaces que otros. Lo cierto es que se comportan como en sus años de mandato, sus personalidades y carismas se encargan de hacer el bien y el mal en su nuevo papel.

Liberados generadores de opinión

Mariano Rajoy, José Luis Rodríguez Zapatero, José María Aznar y Felipe González
"Mariano Rajoy, José Luis Rodríguez Zapatero, José María Aznar y Felipe González"

Ellos, en tanto que expresidentes, son potenciales generadores de opinión, por lo que han de saber que al dejar La Moncloa se desprenden del peso del cargo, pero sus figuras siguen siendo importantísimas y sus palabras pueden convertirse en el sancta sanctorum de sus antiguos votantes, ahora fieles seguidores y cuasi devotos. El presidente mal valorado, cuando deja el cargo, puede pasar de forma automática a expresidente adorado, probablemente por aquello que escribió Jorge Manrique de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Algo así deben pensar los ciudadanos que, haciendo alarde de una máxima muy española, aquí enterramos muy bien -aunque sea metafórico-, olvidan sus diferencias y, como mínimo, pasan a respetar la figura del expresidente, eso sí, siempre que éste no se permita el lujo de meterse en las siempre arenas movedizas de la opinión y juicio crítico.

El expresidente goza de todas las ventajas que no tiene el presidente y no carga con ninguna de las desventajas que tiene serlo. En suma, es un ser libre, liberado en tanto y cuanto ahora puede actuar y opinar sin miedo al error y, lo más importante, a sus consecuencias. Están de vuelta. Ellos, convertidos ya en proféticos predicadores para los suyos, tan solo tienen que desplegar sus mejores galas para generar opiniones, despertar reacciones y, sobre todo, emociones. Ya no son políticos, han pasado a otra dimensión, a una escala superior, donde nada se condena y todo se perdona. Son la historia viva de un país que agradece poder poner y quitar presidentes con libertad, algo que ellos se preocuparon por preservar.

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